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miércoles, 4 de marzo de 2009

Mensajes Cuaresmales dedicados a las Hermandades de la diocesis de Almería en 2009

Del Obispo. D. Adolfo

La Cuaresma nos coloca ante el ascenso penitencial a la Pascua, para que su celebración, tal como canta el prefacio cuaresmal, nos llene con el gozo de habernos purificado “dedicados con una mayor entrega a la alabanza divina y al amor fraterno”. Hermoso programa para un tiempo de crisis social y religiosa, cuando la solidaridad con el prójimo y el amor fraterno ha de ser resultado de una profunda conversión del corazón mediante el desapego a los bienes de este mundo que pasa y la búsqueda de los valores eternos.

1. El ayuno que a Dios agrada

Invito a leer con atención el mensaje del Papa Benedicto XVI para la Cuaresma, centrado este año en el valor religioso del ayuno, más allá de la simple utilidad de la higiene dietética y del utilitarismo que al ayuno se le pueda sacar siempre, pero particularmente en tiempo de crisis. El ayuno representa la contundente afirmación de que “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4,4), como respondió Jesús al Tentador, recordándole la advertencia del Deuteronomio a propósito del hambre padecida por los israelitas en la travesía del desierto hacia la patria prometida. Representa además el ayuno la toma clara de conciencia de la insuficiencia de los bienes y la insatisfacción del consumo desmesurado cuando el prójimo padece hambre. Finalmente, el ayuno representa el triunfo de la fraternidad contra el egoísmo del consumista, que no llega nunca a satisfacer sus ansiedades; porque el ayuno que a Dios agrada es éste: “partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne”, porque, si esto haces, “entonces nacerá tu luz como la aurora y te brotará la carne sana” (Isaías 58,7) En definitiva, el valor religioso del ayuno consiste en ser la señal de la relatividad de todo lo humano frente a la permanencia de Dios y el valor trascendente de la vida del prójimo percibida como revelación de la fraternidad que une a todos los hombres.

Sin embargo, a veces pareciera que los cristianos estamos de espalda a esta honda verdad religiosa del ayuno. La Semana Santa se diluye en ocasiones en el esplendor que ampara los desfiles procesionales y el aire festivo que los acompaña. Se diría que falta austeridad en la compostura y sobriedad en el consumo, sin los cuales es difícil percibir el significado religioso de las celebraciones pascuales. No se trata de restar esplendor a la belleza de la ornamentación que sirve a la representación de los misterios de la fe, sino de acompañar los desfiles con el fervor religioso que genera la contrición de los pecados y se expresa en la privación voluntaria del ayuno, para que la palabra de Dios resuene en el interior de los creyentes y golpee la conciencia de los alejados atrayéndolos a la fe.

2. Volver sobre el alcance ético de las celebraciones de Semana Santa

Hemos reflexionado años atrás sobre el valor de catequesis que encierran los desfiles procesionales, en su valor como muestra de plástica religiosa, transidos de la belleza de la fe que ha captado y plasma el misterio de la muerte redentora de Cristo y del dolor de su santísima Madre. Cumple que prolonguemos la reflexión sobre el alcance ético de las celebraciones de Semana Santa, que, si son vividas con fe, ayudan a quienes nos contemplan a medir el alcance moral de nuestras acciones, siempre enraizadas, por lo demás, en un corazón ineludiblemente pecador. Doctrina y moral católica van parejas, son inseparables la una de la otra en recíproca referencia. Urge, por esto, revisar si determinados comportamientos personales y sociales se compadecen con la piedad popular, que puede atraer como espectáculo dramático, pero que no cumple con el objetivo de provocar la conversión y transformar la vida de cuantos celebran y contemplan la escenificación de la historia de la salvación en las imágenes de la Semana Santa.

Es verdad que la escenificación de la obra redentora de Cristo y los dolores de María son, antes que nada, manifestación de la fe creída y profesada; y es verdad, además, que en esta escenificación plástica de las imágenes se trata del culto a Cristo y a la Virgen María y, por eso, de la glorificación de Dios creador y redentor del hombre. Con todo, no se da verdadero culto a Dios, como dejó dicho Jesús, si no se tiene en cuenta que “Dios es espíritu y quienes le dan culto han de adorar en espíritu y en verdad” (Juan 4,24). Por eso san Pablo dirá, siguiendo a Jesús, que los cristianos han de “ofrecer sus cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios”, precisando que “tal será vuestro culto espiritual”, exhortándoles a “no acomodarse al mundo presente, antes bien a dejarse transformar mediante la renovación de vuestra mente, a fin de poder distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rom 12, 1-3).

En este año jubilar paulino, a los dos mil años del nacimiento del gran Apóstol de las naciones, sigue impactando la vivencia mística que san Pablo tuvo del misterio pascual de Cristo. La configuración con Cristo es para Pablo místico amoldamiento, que acontece por el bautismo, a la muerte y resurrección de Jesús. De esta suerte, dice a sus comunidades que “los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Efesios 5,24), hasta dar muerte al hombre viejo en sí mismos y haber renacido místicamente al “Hombre Nuevo, creado según Dios en la justicia y la santidad de la verdad” (Efesios 4,24).

Nada puede ser tan eficazmente testimonial como la coherencia de fe y obras. Es esta coherencia la que puede dar consistencia a las manifestaciones de la piedad popular que quieren ser siempre testimonio vivo de cuanto alberga en corazón creyente. El verdadero creyente en Cristo funda la coherencia de una vida cristiana en la verdad revelada y profesada con fe viva, la fe que obra por la caridad, no en el mero sentimiento religioso. Éste, ciertamente, es importante porque es un signo de la fe que abre al misterio que el corazón intuye y percibe, pero por sí sólo no alcanza el verdadero objeto de la fe: el misterio de Dios revelado en Jesucristo. De aquí que el corazón verdaderamente moldeado por la piedad auténticamente cristiana no opone el sentimiento religioso a la práctica de los sacramentos de la Iglesia. Muy, por el contrario, vive la vida de piedad como preparación y prolongación de los sacramentos que comunican la gracia y la salvación.

3. Las imágenes, oportunidad de purificación y gracia

Al volver de nuevo los ojos hacia las imágenes de la redención en la Semana Santa, nada puede ayudarnos más a vivir mejor el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo que la purificación de los ojos, de la mente y del corazón para contemplar en las imágenes la revelación del amor de Dios. Las imágenes de Semana Santa interpelan nuestra conciencia cristiana y demandan de nosotros una respuesta. Nos revelan el misterio de la fe y nos preguntan por su vivencia, reclaman coherencia, una práctica ética de la vida que permita a los que nos contemplan concluir que nuestra vida es verdaderamente moral.

La Cuaresma nos abre a la contemplación de las imágenes sagradas, compromiso y tarea de los cofrades en singular medida, si bien compromiso y tarea de todos los bautizados. Mas, para que la contemplación de las imágenes surta su efecto sanador, es preciso un ayuno del materialismo consumista, ahora recortado por la crisis social, que incluye una cierta abstinencia de alimentos, pero sobre todo de pasiones malsanas y apetencias egoístas, que ignoran el dolor del Crucificado. Un dolor que le fue inflingido al Redentor por la soberbia del hombre autosuficiente y pecador. Para que su amor nos alcance necesitamos de la penitencia y la conversión, porque sólo ellas disponen a una profunda cura de humildad, que arranca de los ojos el velo cegador del pecado. Ojala que la Cuaresma que comenzamos cumpla su benéfico efecto en cada bautizado.

Deseo a los cofrades de nuestras hermandades y cofradías, y a todos los fieles cristianos en general, una santa vivencia de la Cuaresma que nos aboque a la Pascua con el gozo de la purificación lograda.

Almería, a 25 de febrero de 2009

Miércoles de Ceniza

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

De D. Manuel Pozo Oller, Vicario Episcopal

1. La Cuaresma y Semana Santa de 2009 viene enmarcada por dos grandes acontecimientos eclesiales de primera magnitud. El primero, la celebración en Roma del Sínodo de la Palabra en octubre de 2008; el segundo, el año Jubilar Paulino convocado por Benedicto XVI que ya comenzó el 28 de junio de 2008 y tendrá su clausura el 29 de junio de 2009, solemnidad de san Pedro y san Pablo.

También, muy a nuestro pesar, esta Cuaresma se presenta dolorosamente oscurecida por un horizonte difícil en cuanto muchas personas están padeciendo una crisis económica de primera magnitud que afecta directamente a casi cuatro millones de personas y que, según los datos estadísticos que nos ofrece Cáritas nacional, hacen que más de ocho millones de personas vivan hoy en España en gran pobreza y dependencia.

2. En cuanto al Sínodo de la Palabra, aún cuando esperemos con verdadero interés el documento autorizado del Papa, ya en su etapa preparatoria y en su celebración nos ha recordado la necesidad de la lectura orante de la palabra de Dios. Ya decía san Jerónimo que “desconocer la Escritura era desconocer a Cristo”. En las Hermandades y Cofradías se habla con frecuencia, y a veces sin poner los medios para remediar nuestras carencias, de la necesaria formación del hermano cofrade. Sin duda, la palabra de Dios es el referente primero del cristiano y su conocimiento la mejor formación por lo que hemos de fomentar lar reuniones para su estudio así como los momentos de oración para asimilar su mensaje y pedir a Dios la gracia de llevar a las obras lo que aceptamos por la fe. En nuestras reuniones, encuentros y actividades no debemos nunca comenzar ni terminar sin escuchar la palabra de Dios haciendo presente al Señor en medio de nosotros.

Una buena iniciativa en la Capital, que nos agradaría se fuera extendiendo por toda la diócesis, ha sido la organización de una oración cofrade mensual. En algunos lugares, aunque no se puedan tener estas reuniones periódicas de oración, al menos, se podrá fomentar entre los hermanos la participación en los momentos de oración programada en todas las parroquias tales como exposición del Santísimo, Vía crucis, Ejercicios espirituales, Hora santa y tantos otros.

Asimismo sería de desear que las Hermandades y Cofradías, una vez que el Santo Padre publique la exhortación apostólica postsinodal, hicieran el esfuerzo de procurar acoger el documento y facilitar su estudio.

3. Durante un año celebraremos el año Jubilar Paulino los dos mil años del nacimiento del gran Apóstol de las gentes. El encuentro con Jesús cambió la vida de Saulo de Tarso. No fue fácil su tarea, por lo que es un ejemplo de imitación para todos nosotros. Pablo se abraza a la cruz del Señor y por eso dirá: “Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2,19-20). En efecto, la conversión de Pablo lleva consigo la identificación con su persona y su destino con la consecuencia evidente de amor a la Iglesia a la que describe maravillosamente como cuerpo de Cristo en la que somos todos necesarios.

El decreto de nuestro Obispo de 14 de enero de 2009 regula la aplicación de la indulgencia plenaria desde el pasado enero hasta la solemnidad próxima de san Pedro y san Pablo (Ver: web diócesis de Almería/Legislacióndiocesana/decretos). En el citado decreto, además de recordar que el año jubilar es año de misericordia, se proponen varias actividades diocesanas para el Año paulino que, como es normal, habrán de tener en cuenta nuestras Hermandades y Cofradías al tiempo que señala cómo y dónde se puede lucrar la gracia de la indulgencia plenaria.

El Sr. Obispo ha dispuesto que en la iglesia parroquial de San Pablo de la Capital (Barriada Quinientas Viviendas) se pueda lucrar la indulgencia y nos consta que la comunidad parroquial asume con gozo la acogida de los distintos grupos de peregrinos atendiéndoles espiritualmente y facilitándoles diversas actividades para conocer mejor la persona y doctrina de san Pablo. Sería muy deseable que las Hermandades y Cofradías peregrinaran a la parroquia mencionada dentro del Año Jubilar puesto que la oración, la peregrinación y el fomento de la piedad y devoción a los santos ocupa lugar importante en nuestras asociaciones públicas de fieles. Las Hermandades que no puedan peregrinar podrían organizar algún acto en sus respectivas parroquias para el día 29 de junio próximo pidiendo ganar así la gracia de la indulgencia siempre que se observen las condiciones establecidas de recepción de los sacramentos de la penitencia y eucaristía junto a la voluntad expresa de implorar la gracia que la indulgencia nos ofrece.

4. Si bien hemos de mirar siempre hacia el interior de la Iglesia cuidando con primor la espiritualidad, en las actuales circunstancias, es necesario tener en cuenta también la realidad de crisis que está generando mucho sufrimiento en personas y familias de nuestro entorno. Ante situaciones de este tenor el magisterio autorizado de nuestros obispos reunidos en la LXXXVIII asamblea plenaria cuando nos dicen: “La práctica del amor como norma universal de vida es esencial para cada cristiano y para la Iglesia entera. No seríamos discípulos de Jesús, ni la Iglesia podría presentarse como su Iglesia, si no reconociéramos en el ejercicio y en el servicio de la caridad la norma suprema de nuestra vida. El amor al prójimo, enraizado en el amor de Dios, es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para las instituciones eclesiales, para cada Iglesia particular, y para la Iglesia universal([1] Cf. Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est, 20).

La Iglesia tiene que ser y aparecer, tiene que vivir y actuar como una verdadera comunidad de amor, como una manifestación y una oferta universal del amor que la humanidad necesita para vivir adecuadamente. Pablo VI decía que el hombre contemporáneo necesita testigos más que maestros. El amor, vivido y practicado con generosidad y eficacia, es lo único que puede hacernos testigos de la verdad y de la bondad de Dios en nuestro mundo. Si vivimos alimentados del amor que Dios nos tiene, seremos también capaces de amar y servir a nuestros hermanos necesitados con alegría y sencillez” (Ver: Orientaciones morales ante la situación actual de España, núm. 78, 23 noviembre de 2006).

En este estado de cosas es necesario que nuestras procesiones, hoy más que nunca, sean un acto de fe y caridad evitando el derroche y la suntuosidad entregando el importe de aquellas cosas superfluas o no estrictamente necesarias a instituciones que atienden a los que no tienen pan para comer ni techo donde cobijarse. Es verdaderamente un escándalo volver nuestras espaldas a la realidad haciendo oídos sordos a la voz de los necesitados.

La caridad es un reto siempre presente en la vida de nuestras Hermandades y manifestación de nuestro encuentro con Cristo. Así lo supieron vivir los cristianos desde el principio al unir la eucaristía y la caridad como bien expresa san Juan Crisóstomo “"¿Queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. No lo honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis padecer de frío y desnudez (...) ¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena toda de vasos de oro, si Él se consume de hambre? Saciad primero su hambre y luego, de lo que os sobre, adornad también su mesa (...) Al hablar así, no es que prohíba que también en el ornato de la iglesia se ponga empeño; a lo que exhorto es que (...) antes que eso, se procure el socorro de los pobres (...) Mientras adornas, pues, la casa, no abandones a tu hermano en la tribulación, pues él es templo más precioso que el otro" (Cf. Obras de San Juan Crisóstomo, Madrid, BAC, 1956, II, pp. 80-82).

5. La Resurrección del Señor que ilumina la actividad de las Hermandades de nuestra Diócesis es una invitación a volver al Evangelio y a realizar nuestras actividades devocionales y apostólicas con el culto auténtico de nuestras vidas llenas de la gracia de Dios. Nada más oportuno y mejor que acercarnos al misterio de Cristo con y desde los ojos de la Virgen María en sus hermosas advocaciones de nuestra querida tierra andaluza.

Fuente: Web diocesana

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