La ceremonia seguirá los pasos de los tres sacramentos de la Iniciación Cristiana, reforzando el simbolismo de la iglesia como representación de la comunidad y cada uno de los fieles, templo del Espíritu Santo, que se reúnen en ella. La aspersión en recuerdo del Bautismo; la unción del altar y de los muros de la iglesia como en la Confirmación; y la cremación del incienso sobre el altar, revestimiento e iluminación de éste, para la Eucaristía.
De esta manera, se indica que el altar cristiano es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, celebran la Eucaristía, el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso el altar, como mesa del Banquete sacrificial, se viste y se adorna festivamente. La iluminación del altar, seguida de la iluminación de la iglesia, recuerda que Cristo es «la Luz para iluminar a las naciones» (Lc. 2,32), con cuya claridad resplandece la Iglesia y por ella toda la familia humana.
Concluida la ceremonia litúrgica, monseñor también bendecirá la ermita de Ánimas, para que se le profese santa devoción a las almas del Purgatorio. Esta devoción se recoge en el catecismo de la Iglesia Católica, afirmando que los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al Purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia y de Trento.
Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura en la segunda carta a los Macabeos: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado".
Incluso el mismo Jesucristo, en el capítulo doce del Evangelio de San Lucas, afirma que “cuando vayas con tu adversario al magistrado, procura en el camino arreglarte con él, no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil y el alguacil te meta en la cárcel. Te digo que no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo”. Por tanto, podría decirse que Dios ha querido que nos ayudemos unos a otros en el camino al cielo. Y así, las almas en el purgatorio pueden ser asistidas con nuestras oraciones.
Fuente: Web diocesana
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